“Los padres se separan, los hijos, no”

María lleva cuatro años sin ver a su hijo de 17 años. No sabe cómo le ha ido en la escuela, si tiene problemas con los amigos, si tiene novia, ni qué estudiará en septiembre, cuando acceda a la universidad. El adolescente no quiere verla por culpa de la separación de sus progenitores. Su padre lo ha manipulado durante años, obligándolo a tomar partido por uno de sus progenitores y el joven ha decidido castigarla, negándose a tener cualquier tipo de relación con ella, la familia materna y todo lo que le recuerde a la vida que tenía antes de que sus padres decidieran separarse, hace ya nueve años.

El de este joven es uno de los 30.000 casos de maltrato psicológico detectados anualmente en el Estado entre menores afectados por procesos de divorcio. Su padre, haciéndolo partícipe de los problemas que forzaron la ruptura del matrimonio, lo ha llevado a su terreno, desautorizando constantemente a la madre, hasta lograr que el joven corte todo tipo de relación con la madre.

Desde el día de la separación, el padre cuestionó y desautorizó cada una de las decisiones que tomaba la mujer: fue más flexible con los horarios, con los castigos y dobló la paga semanal que estableció la madre. Y todo ello provocó serias disputas entre la mujer y el niño, hasta el punto de que el joven comenzó a desconfiar de todo, se encerraba en su habitación, repetía las mismas palabras del padre e, incluso, citaba el código civil cuando se producían los enfrentamientos.

Esa situación se prolongó durante cuatro años, hasta que el niño cumplió los 13 y el padre solicitó la custodia del menor bajo amenazas como “si te vas con la ama, no me vuelves a ver”. María cree que el joven accedió por “miedo a enfrentarse a su padre” porque hasta entonces, dice, “la relación entre ambos era fabulosa”. En cambio, ahora, el adolescente vive con su padre y se niega a aceptar el régimen de visitas de su madre. De hecho, no responde al teléfono y, cuando el padre está delante, le habla con muchísima falta de respeto. “Le llamo y me insulta, me dice que para él estoy muerta. No entiendo cómo es posible que mi hijo pueda llegar a rechazarme de esta manera cuando antes me adoraba. ¿En qué monstruo se ha convertido?”, se lamenta. “No reconozco a mi hijo, se está convirtiendo en un tirano, ahora que me he separado del padre, el que me maltrata es mi propio hijo”, continúa.
María no solo se ha divorciado de su marido, sino también de su hijo. Entre abogados, procuradores y psicólogos, la mujer ha agotado sus recursos económicos y lamenta que su hijo es “huérfano de madre en vida” mientras el juzgado sigue sin resolver su caso.
La protagonista de esta historia no se llama realmente María, pero ha preferido utilizar una identidad falsa para relatar su experiencia y no aportar más datos de su procedencia ni lugar de residencia. La situación que sufre es tan delicada, que teme que su exmarido pueda utilizar la noticia para ir en su contra en los juzgados. Cualquier excusa sería buena para que la situación se complique aún más. Y eso, precisamente, sería lo que menos desearía en esta vida. Porque lleva años intentando recuperar a su hijo y no pierde la esperanza de poder hacerlo algún día para volver a tener la relación “fenomenal” que tuvieron en el pasado.

Fundación Filia: amparo del menor
La historia de María se repite a diario por toda la geografía vasca. Lo único que cambian son los nombres y la edad de los protagonistas, pero el drama sigue el mismo patrón. Uno de los dos progenitores intenta llevar a los hijos a su terreno y, en ocasiones, lo consigue, sin percatarse de los perjuicios que puede ocasionar una ruptura de esas características en la vida del menor.
Todavía no hay datos que permitan saber cuántos niños sufren esta situación en Euskadi, pero se calcula que la cifra es elevada, teniendo en cuenta que en el Estado 30.000 menores se ven afectados por problemas de maltrato psicológico por parte de uno de los cónyuges.
Con el objetivo de concienciar a la sociedad de este maltrato disfrazado que tanto cuesta reconocer, el pasado mes de junio, se presentó en Madrid la fundación Filia bajo el lema Los padres se divorcian, los hijos, no.
Este organismo, que ya está echando raíces en Gipuzkoa, cuenta con numerosos socios y profesionales que se han involucrado para dar a conocer este drama y concienciar a la sociedad. Porque, como explica la presidenta de Filia, Lucía del Prado del Castillo, a pesar de que la sociedad actual haya integrado el divorcio en su vida diaria, todavía no existen estudios ni estadísticas que revelen las consecuencias que tienen estos triángulos parentales en los menores.
Como indica, hasta la fecha, numerosas asociaciones luchaban por esta causa, pero no existía ninguna fundación como Filia que defendiera exclusivamente los intereses de menores que se ven involucrados en manipulaciones parentales tras el divorcio.
Desde la fundación quieren alertar de este maltrato que puede ser ejercido indistintamente por hombres y mujeres. Según indican, no es cuestión de sexos, sino de personas con actitudes malvadas que pueden no ser conscientes de lo que hacen. Por eso, advierten de la importancia de detectar a tiempo estas situaciones que puede derivar en “graves trastornos físicos y psíquicos en la edad adulta de los hijos”.

Primeros síntomas: desprotección ante la ley
Ni es normal que los menores sientan rechazo hacia uno de sus progenitores cuando estos se separan ni se pueden aceptar que los niños desautoricen constantemente al padre o a la madre tras un proceso de divorcio, cuando no lo habían hecho con anterioridad.
Desde Filia insisten en que es necesario recurrir a profesionales cuando se detectan estos primeros síntomas como son los sentimientos de abandono, rechazo, desconfianza, rencor e inseguridad, ya que todos ellos “pueden dejar graves secuelas en la edad adulta en forma de depresiones, trastornos de personalidad, frustración y suicidios”.
Los profesionales de Filia indican que, en el mejor de los casos, estos jóvenes interiorizan que la manipulación, la coacción, la mentira y la violencia forman una parte legítima de las relaciones interpersonales. Y en los más extremos, pueden convertirse en “adultos maltratadores con sus familias, parejas e hijos, o en personas sin límites y sin ningún tipo de respeto a la autoridad”.
Conscientes de todos estos peligros, Filia se ha puesto manos a la obra y ya ha comenzado a atender a los primeros casos. María confía en que la labor de los profesionales de la fundación impida que casos como el suyo vuelvan a repetirse. 
 
Fuente: http://www.thefamilywatch.org/nos/nos-3010-es.php

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